Un asesino 2/3
Tras el asesinato, Nabokov regresó a Cambridge, donde estudiaba lenguas romances y eslavas. Taboritsky pasó una temporada en la cárcel y luego prosiguió su actividad política; se nacionalizó alemán y se unió a los nazis. Tras la guerra, se dedicó a publicar artículos en oscuros pasquines de ultraderecha.
El asesino y Nabokov se mantuvieron en órbitas cercanas a lo largo de sus vidas. Al acabar sus estudios, a principios de los veinte, Nabokov regresó a Berlín, donde realizó trabajos alimenticios y se convirtió en un poeta reconocido.
En 1937, Taboritsky fue designado encargado de la diáspora rusa en Alemania. El puesto incidía directamente en la vida de Nabokov, quien decidió exiliarse para evadir el control del funcionario. Más tarde, en 1961, cuando Nabokov volvió a Europa y se instaló permanente en suiza, vivió a menos de 500 kilómetros de distancia del asesino; un viaje de un día en tren.
Nabokov afirma que la muerte de su padre no aparece en su obra, de forma literal o figurada. Su novelística no pretende ser un ajuste de cuentas. En ella no aparecen hijos que buscan vengar a sus padres, ni comunistas siniestros con rostros desfigurados; no hay gritos desgarrados de dolor.
Al asesino, Nabokov le dedica media oración desapasionada en su autobiografía, donde ni siquiera lo nombra:
El último rastro que tenemos de Taboritsky es un artículo suyo que apareció en Vladimirsky Vestnik, una revista de la comunidad rusa ultraconservadora de São Paulo. El asesino cavó su tumba al interior de los viejos odios. Se lo comió el pasado. Lo recordamos como un apunte de pie de página; su vida no tiene mayor trascendencia que eso.
La vida de Nabokov, por contra, es un rechazo a la nostalgia. Es un acto de desprendimiento y transformación. Nabokov perdió a su padre y a su país; perdió su idioma y la posibilidad de llevar una vida holgada, libre de problemas económicos. Su "venganza" consistió en inventar un universo propio —dotado de una prosa transparente y rigurosa— que anulara y trascendiera al asesinato de su padre y a la antropofagia del estado Soviético. Para que el pasado tenga sentido —parece decir Nabokov— uno tiene que adueñarse de él y convertirlo en otra sustancia.
![]() |
Atalanta (Vanessa atalanta), la mariposa favorita de Nabokov. |
En un párrafo de Speak, Memory, que uno podría pasar fácilmente por alto, Nabokov hace una confesión terrible y conmovedora:
He notado a menudo que después de haberle prestado a uno de los personajes de mis novelas algún apreciado elemento de mi pasado, este elemento acababa languideciendo en el mundo artificial en donde con tanta brusquedad lo había situado. Aunque seguía presente en mis recuerdos, su calor personal y su antiguo atractivo desaparecían y, con el tiempo, acababa por identificarse mucho más con la novela que con mi anterior yo, en donde parecía estar completamente a salvo de las intromisiones del artista. En mi memoria se han derrumbado las casas tan silenciosamente como ocurría en las películas mudas de antaño, y el retrato de mi institutriz francesa, que una vez presté al muchacho que aparecía en uno de mis libros, se va desvaneciendo rápidamente desde que quedó englobado en la descripción de una infancia completamente distinta a la mía.
La nostalgia es una droga poderosa; uno puede refugiarse en ella y rehuir las exigencias del presente. El pasado puede ser terrible, pero
al menos los recuerdos agridulces tienen (en apariencia) contornos definidos. El pasado carece de la carga incierta del futuro: la incertidumbre por el porvenir de los hijos, la situación laboral o la descomposición del cuerpo.
Se necesita tener mucho valor y entereza para escribir como Nabokov: verter en la literatura fragmentos biográficos que nunca volverán a anidar de la misma manera en nosotros; apostarle a una obra que exige el despojo voluntario de los fragmentos íntimos. Nabokov pudo fácilmente convertirse en una víctima de su circunstancia, en un ser aterido, atado al pasado. Con esta ética del desapego, sin embargo, trascendió su condición y creó obras que aún sorprenden por su fuerza y vitalidad.
(Continuará…)